jueves, 17 de mayo de 2012

El día a día...

Que estamos pasando una estación nublada, no lo puede negar nadie. Las palabras más escuchadas ahora son: paro, crisis, políticos, depresión, prima de riesgo, Eurogrupo... Y todas transmiten sensaciones negativas.

La sociedad está atravesando un terreno pedregoso y seco, muy duro a ratos. Pero también, entre todos esos problemas, entre todos esos jóvenes desesperados por trabajar, entre toda esa fuga de cerebros, digo yo que habrá algo bueno.

Claro que lo hay. Está el compañerismo en los malos momentos, las cervezas a un euro en el bar de esquina de la plaza de España, las personas que te echan una mano sin que tú lo pidas, las comidas de mamá, el tiempo que nunca tuviste para sumergirte en libros y superar tu récord mensual, los paseos a media tarde, las siestas eternas, la visita a los abuelillos... Indudablemente, hay millones de cosas buenas. Solía pensar que el hombre es un lobo para el hombre, parafraseando al filósofo Hobbes. Pero a base de mucha reflexión y sobre todo, mucha observación, me he dado cuenta de que esto no es así; siempre hay gente maravillosa por ahí dispuesta a ayudarte y a sacarte una sonrisa. Realmente, los que desean hacerte daño, son los menos. Confío plenamente en ello.

Eso no quiere decir que nosotros, en nuestro camino particular, no lastimemos a las personas que más queremos. Esto es ineludible. Nos equivocamos, nos tropezamos, herimos sin querer a los que nos rodean. Pero eso es lo importante: que es sin querer. Las personas inteligentes, se darán cuenta de ello y no volverán a caer en su error... los demás, que son una minoría, pues por desgracia; no.

Pero como las personas inteligentes también son vulnerables, a veces ocurre que nos dañamos a nosotros mismos. Una y otra vez; nos torturamos y no dejamos de pensar en otra cosa que no sean los malos momentos vividos o en las oportunidades que no surgen.


¿Qué pasa? ¿Por qué hacemos esto, en lugar de pensar en todas las cosas buenas que tenemos?
Esta reflexión sale de un vídeo que he visto que, en lugar de provocar pena, me transmite una gigante admiración. Porque pese a que nos creamos que nuestros problemas son enormes, siempre hay gente que está en una situación peor. Gente que consigue ser feliz a pesar de todo, como el caso de Francisco Feria.


Creo que me voy a dejar de escribir pensamientos y simplemente, dejar el vídeo para quien lo quiera ver  y quiera abrir la ventana para que entre el sol de lleno en la habitación.


jueves, 10 de mayo de 2012

Falsas apariencias


El otro día fui con mi hermana Elvira a donar sangre. Ella va cada vez que puede, pero para mí, era la primera vez. Lo hicimos por una causa especial, ya que era el día de la talasemia, una enfermedad con la que no estábamos muy familiarizadas, pero que, según nos contaron, los enfermos que la padecían necesitaban periódicamente donaciones de sangre para sobrevivir.
Cuando Elvira me lo propuso, dije que sí sin pensarlo demasiado.
Pero una vez allí, mientras me hacían el reconocimiento médico previo, recordé unas vacunas que me pusieron de pequeña y me hicieron aborrecer las agujas. El pinchazo nunca me impresionó demasiado, pero luego notabas cómo se iba introduciendo el líquido por dentro de tu piel, expandiéndose por toda la nalga y abriéndose camino dolorosamente hacia el sur por mi pierna. Era horrible. Aún puedo sentir el padecimiento que me provocaba… primero un sentimiento frío, luego una oleada de calor… era pura abrasión.
Sin embargo, nunca dije nada; era la mayor de las hermanas y no podía regalarme ni el mínimo suspiro.
Y de pronto, allí me vi. Sentada frente a una enfermera con guantes azules y gafas a juego, que se interesaba por mi vida sexual y mis viajes al extranjero. Podía pasar perfectamente por una de mis amigas. Pero dejé de sentirla como tal cuando escribió “Apto” en el papel con mis datos. Hubiese deseado no serlo.
Cuando nos tumbamos en las camillas, mi hermana pudo descifrar mi cara de pánico absoluto e intentó tranquilizarme un poco. Me contó que casi todas las veces que había venido a donar estaban los mismos voluntarios y ya estaba familiarizada con las caras. Sin embargo - me dijo-, siempre hay alguien que me inquieta.
Por un momento, tenía captada toda mi atención y ya no pensaba en la aguja.
-El chico que estaba en la entrada, el que reparte los refrescos.
Me esforcé por buscar su imagen y me sorprendí encontrándola demasiado pronto. A mí también me había llamado la atención, según parecía.
Era un chico pequeño y extremadamente delgado.  Su pelo era de un color negro intenso, por lo que contrastaba mucho con su piel blanquecina. Tenía unas gruesas cejas que le daban aspecto de maligno, el cual se veía apoyado por los orificios de la nariz, que eran más largos y finos de lo normal. Era exactamente como los dibujos animados resumían a los vampiros.

Mientras nos extraían la sangre, continuamos hablando sobre este chico, cuando de pronto llegó. Se hizo el silencio entre nosotras. Pero él lo rompió para dejarnos entrever su vocecilla dulce, totalmente opuesta a su físico. Lo que contó, nos dejó heladas. Primero confesó que le estábamos salvando la vida, lo cual ya nos paralizó por completo. Y luego nos dijo que tenía talasemia y que cada diez días tenía que transfundirse una bolsa de sangre. Llevaba más de mil y esperaba otras tantas, dijo emocionado. Con las lágrimas llenando gota a gota sus ojos, agradeció más de diez veces nuestra donación.
Y nosotras allí nos quedamos, con medio litro menos de sangre circulando por nuestro cuerpo, pero con un solo pensamiento en nuestras cabezas. Juzgar a los demás siempre ha sido cometer el más atroz de los crímenes.