El otro día fui con mi hermana Elvira a donar sangre. Ella
va cada vez que puede, pero para mí, era la primera vez. Lo hicimos por una
causa especial, ya que era el día de la talasemia, una enfermedad con la que no
estábamos muy familiarizadas, pero que, según nos contaron, los enfermos que la
padecían necesitaban periódicamente donaciones de sangre para sobrevivir.
Cuando Elvira me lo propuso, dije que sí sin pensarlo
demasiado.
Pero una vez allí, mientras me hacían el reconocimiento
médico previo, recordé unas vacunas que me pusieron de pequeña y me hicieron
aborrecer las agujas. El pinchazo nunca me impresionó demasiado, pero luego
notabas cómo se iba introduciendo el líquido por dentro de tu piel,
expandiéndose por toda la nalga y abriéndose camino dolorosamente hacia el sur
por mi pierna. Era horrible. Aún puedo sentir el padecimiento que me provocaba…
primero un sentimiento frío, luego una oleada de calor… era pura abrasión.
Sin embargo, nunca dije nada; era la mayor de las hermanas y no podía regalarme ni el mínimo suspiro.
Sin embargo, nunca dije nada; era la mayor de las hermanas y no podía regalarme ni el mínimo suspiro.
Y de pronto, allí me vi. Sentada frente a una enfermera con
guantes azules y gafas a juego, que se interesaba por mi vida sexual y mis
viajes al extranjero. Podía pasar perfectamente por una de mis amigas. Pero
dejé de sentirla como tal cuando escribió “Apto” en el papel con mis datos. Hubiese
deseado no serlo.
Cuando nos tumbamos en las camillas, mi hermana pudo
descifrar mi cara de pánico absoluto e intentó tranquilizarme un poco. Me contó
que casi todas las veces que había venido a donar estaban los mismos
voluntarios y ya estaba familiarizada con las caras. Sin embargo - me dijo-,
siempre hay alguien que me inquieta.
Por un momento, tenía captada toda mi atención y ya no
pensaba en la aguja.
-El chico que estaba en la entrada, el que reparte los
refrescos.
Me esforcé por buscar su imagen y me sorprendí encontrándola
demasiado pronto. A mí también me había llamado la atención, según parecía.
Era un chico pequeño y extremadamente delgado. Su pelo era de un color negro intenso, por lo
que contrastaba mucho con su piel blanquecina. Tenía unas gruesas cejas que le
daban aspecto de maligno, el cual se veía apoyado por los orificios de la
nariz, que eran más largos y finos de lo normal. Era exactamente como los
dibujos animados resumían a los vampiros.
Mientras nos extraían la sangre, continuamos hablando sobre este chico, cuando de pronto llegó. Se hizo el silencio entre nosotras. Pero él lo rompió para dejarnos entrever su vocecilla dulce, totalmente opuesta a su físico. Lo que contó, nos dejó heladas. Primero confesó que le estábamos salvando la vida, lo cual ya nos paralizó por completo. Y luego nos dijo que tenía talasemia y que cada diez días tenía que transfundirse una bolsa de sangre. Llevaba más de mil y esperaba otras tantas, dijo emocionado. Con las lágrimas llenando gota a gota sus ojos, agradeció más de diez veces nuestra donación.
Mientras nos extraían la sangre, continuamos hablando sobre este chico, cuando de pronto llegó. Se hizo el silencio entre nosotras. Pero él lo rompió para dejarnos entrever su vocecilla dulce, totalmente opuesta a su físico. Lo que contó, nos dejó heladas. Primero confesó que le estábamos salvando la vida, lo cual ya nos paralizó por completo. Y luego nos dijo que tenía talasemia y que cada diez días tenía que transfundirse una bolsa de sangre. Llevaba más de mil y esperaba otras tantas, dijo emocionado. Con las lágrimas llenando gota a gota sus ojos, agradeció más de diez veces nuestra donación.
Y nosotras allí nos quedamos, con medio litro menos de
sangre circulando por nuestro cuerpo, pero con un solo pensamiento en nuestras
cabezas. Juzgar a los demás siempre ha sido cometer el más atroz de los crímenes.
1 comentario:
Perfecto, como siempre...
Publicar un comentario