viernes, 9 de noviembre de 2012

Días de observación

Me fascina ir por una gran avenida de día y abrir los ojos tanto que se me queden secos. Abrir los ojos y el resto de órganos. Y el resto de sentidos. No quiero perderme nada en mis días de observación.

Me cruzo con gente tan dispar que rápidamente mi imaginación vuela en busca del porqué de su sonrisa medio escondida por el pelo, de sus carreras, de sus empujones tan gratuitos... Es más interesante que ver la tele, y más hoy en día. La vida está en la calle porque el ser humano es fascinante, él puede darnos todo lo que necesitamos saber, ver o escuchar. La clave está en él, en nosotros.

Pues bien, uno de esos días en que me entretenía viendo pasar a la gente, de pronto recibí una sorpresa. Fue como cuando Narciso se encontró con el charco y pudo verse, pero sin las connotaciones egocéntricas, claro. Estaba esperando en un paso de peatones al código verde, cuando pasó un coche  y me vi.

Me vi y fue revelador. Tanto tiempo mirando a la gente y no me di cuenta la apariencia que puedo presentar yo para ellos, mis compañeros de vida. Vi unos ojos asustados tras un flequillo encrespado, el cual hacía la función de coraza.

Me vi y me di cuenta de que no me conocía. Así, cuando alguien me dice que cierta persona se parece a mí y yo la veo, nunca estoy de acuerdo. Nunca porque no me conocía. Hasta ahora.

Por fuera, sólo ha sido necesario echar un leve vistazo. Pero para conocerme por dentro he tenido que indagar más, que tocar donde duele. En ese sitio oscuro interior donde todos guardamos complejos, secretos e intimidades. Ahí busqué, palpé, arranqué de cuajo algunas cosas. Ahora sé lo que hay. Me conozco y he empezado a quererme como tal.

1 comentario:

Kris Diminutayazul dijo...

Y eso es de las cosas más difíciles que hay en la vida... encontrarse, y aceptarse.