lunes, 26 de noviembre de 2012

Nocturnidad

Domingo por la noche. Los botellines vacíos se acumularon sobre la mesa. Uno tras otro, a veces más lento, a veces más rápido.




Vuelvo a casa a las dos de la mañana. De repente me doy cuenta de que tengo el reproductor en el bolsillo de la chaqueta… qué grata sorpresa. Me siguen atrapando las veces que lo activo y la música me hipnotiza… la misma canción, el mismo mensaje… de pronto me parecen reveladores y auténticos. Me transporta a una ciudad solitaria y me da la felicidad absoluta en un solo segundo. La música cobra vida y te introduce dentro de la canción. No ocurre siempre, es imprevisible y caprichoso este fenómeno, pero también absolutamente mágico.

Concretamente ese día iba escuchando una joya de la música, casi algo para coleccionistas: el primer disco de Amaral, un grupo completamente diferente al de hoy en día. Me gusta esa nota salvaje y rebelde. Sonó “No sé qué hacer con mi vida” mientras pasaba por el puente de Triana. La ciudad se desnudaba para mí y me regalaba su mejor cara, su brisa cálida, su río… me magnetizó y me paré a mirarlo atentamente… era tan diferente a como lo había visto de día, turbio y nervioso... Ahora parecía una superficie totalmente lisa y brillante. Me atraía, me entraron ganas de andar sobre ella, pasearla a un ritmo extra lento, al igual que se saborea el primer helado del verano. Quise disfrutar con cada paso, sentir todos los músculos de la pierna realizando su cometido.

Entonces rebobiné y me di cuenta de que estaba algo borracha… el agua me había encandilado y me llamaba. Y la cíclica y malvada canción me daba alas. Pero la brisa sevillana me sopló al oído: es hora de volver. Me di la vuelta y seguí caminando sobre la superficie, pero esta vez sobre la real.

1 comentario:

Kris Diminutayazul dijo...

Esos minutos de irrealidad necesarios de vez en cuando..